domingo, 19 de febrero de 2012




Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y lo necesario

Enseñar a leer y escribir es un desafío que trasciende ampliamente la alfabetización en sentido estricto. El desafío que hoy enfrenta la escuela es el de incorporar a todos los alumnos a la cultura de lo escrito, es el de lograr que todos sus ex-alumnos lleguen a ser miembros plenos de la comunidad de lectores y escritores.
Participar en la cultura escrita supone apropiarse de una tradición de lectura y escritura, supone asumir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos y la puesta en acción de conocimientos sobre las relaciones entre los textos, entre ellos y sus autores, entre los autores mismos, entre los autores, los textos y su contexto. Para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza, es necesario construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura. Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una micro-comunidad de lectores y escritores.

Lo real es que se trata de una tarea difícil para la institución escolar, y es difícil esencialmente porque:
*la escolarización de las prácticas plantea arduos problemas,
*los propósitos que se persiguen en la escuela al leer y escribir son diferentes de los que orientan la lectura y la escritura fuera de ella,
*la inevitable distribución de los contenidos en el tiempo puede conducir a parcelar el objeto de enseñanza,
*la necesidad institucional de controlar el aprendizaje lleva a poner en primer plano sólo los aspectos más accesibles a la evaluación.
*la manera en que se distribuyen los roles entre el maestro y los alumnos determina cuáles son los conocimientos y estrategias que los niños tienen o no tienen oportunidad ..

En las primeras edades no existe el hábito lector, sino tan sólo una afición circunstancial y esporádica. El hábito es cosa de la madurez, es decir, de la rigidez y monotonía de la existencia. Al fin y al cabo, ¿hay algo más monótono que el acto lector?
Considero un camino equivocado la obsesiva pretensión de hacer lectores en la escuela y en el instituto. Porque no es ésa su función primera y última. Ser lectores, hacerse lectores, forma parte de las decisiones autónomas e íntimas del sujeto. Lo que compete, por tanto, al profesorado es formar a este sujeto para que pueda ser lector. Al fin y al cabo, lo que la lectura hace de nosotros es, lisa y llanamente, lectores. Nada más. El resto es teórica más o menos endulzada por una retahíla aburrida.
Lo que realmente interesa es que los adolescentes posean un nivel de competencia o formación lectora óptimo. Sin éste, es difícil que alguien quiera leer o que opte por el ocio lector. Aquello que no se entiende produce desazón. Más aún: un libro, que en muchos casos ha sido el signo claro de la derrota y del fracaso académico, no puede despertar ningún atractivo ni convertirse en un campo seductor gravitatorio de las propias inclinaciones.
Muchos profesores, voluntariosos y lectores ellos, viven casi como una neurosis la pretensión de hacer lectores. Nada habría que objetar a dicho entusiasmo, pero, si éste se reduce a llevar adelante actividades de animación que nada inciden en el desarrollo de habilidades y estrategias cognitivas para la formación de un lector competente, nuestra actitud más que de alabanza sería crítica. En la actualidad resulta mucho más fácil entregarse a hacer animación lectora que a formar lectores competentes.

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