Leer y escribir en la escuela: lo real, lo posible y
lo necesario
Enseñar a leer y escribir es un desafío que trasciende ampliamente la alfabetización en sentido estricto. El desafío que hoy enfrenta la escuela es el de incorporar a todos los alumnos a la cultura de lo escrito, es el de lograr que todos sus ex-alumnos lleguen a ser miembros plenos de la comunidad de lectores y escritores.
Participar en la cultura escrita supone apropiarse de una tradición de lectura y escritura, supone asumir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos y la puesta en acción de conocimientos sobre las relaciones entre los textos, entre ellos y sus autores, entre los autores mismos, entre los autores, los textos y su contexto. Para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza, es necesario construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura. Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una micro-comunidad de lectores y escritores.
Lo real es que se trata de una tarea difícil para la institución escolar, y es difícil esencialmente porque:
*la escolarización de las prácticas plantea arduos problemas,
*los propósitos que se persiguen en la escuela al leer y escribir son diferentes de los que orientan la lectura y la escritura fuera de ella,
*la inevitable distribución de los contenidos en el tiempo puede conducir a parcelar el objeto de enseñanza,
*la necesidad institucional de controlar el aprendizaje lleva a poner en primer plano sólo los aspectos más accesibles a la evaluación.
*la manera en que se distribuyen los roles entre el maestro y los alumnos determina cuáles son los conocimientos y estrategias que los niños tienen o no tienen oportunidad ..
Enseñar a leer y escribir es un desafío que trasciende ampliamente la alfabetización en sentido estricto. El desafío que hoy enfrenta la escuela es el de incorporar a todos los alumnos a la cultura de lo escrito, es el de lograr que todos sus ex-alumnos lleguen a ser miembros plenos de la comunidad de lectores y escritores.
Participar en la cultura escrita supone apropiarse de una tradición de lectura y escritura, supone asumir una herencia cultural que involucra el ejercicio de diversas operaciones con los textos y la puesta en acción de conocimientos sobre las relaciones entre los textos, entre ellos y sus autores, entre los autores mismos, entre los autores, los textos y su contexto. Para concretar el propósito de formar a todos los alumnos como practicantes de la cultura escrita, es necesario reconceptualizar el objeto de enseñanza, es necesario construirlo tomando como referencia fundamental las prácticas sociales de lectura y escritura. Poner en escena una versión escolar de estas prácticas que guarde cierta fidelidad a la versión social (no escolar) requiere que la escuela funcione como una micro-comunidad de lectores y escritores.
Lo real es que se trata de una tarea difícil para la institución escolar, y es difícil esencialmente porque:
*la escolarización de las prácticas plantea arduos problemas,
*los propósitos que se persiguen en la escuela al leer y escribir son diferentes de los que orientan la lectura y la escritura fuera de ella,
*la inevitable distribución de los contenidos en el tiempo puede conducir a parcelar el objeto de enseñanza,
*la necesidad institucional de controlar el aprendizaje lleva a poner en primer plano sólo los aspectos más accesibles a la evaluación.
*la manera en que se distribuyen los roles entre el maestro y los alumnos determina cuáles son los conocimientos y estrategias que los niños tienen o no tienen oportunidad ..
En las primeras edades no existe el hábito lector, sino tan sólo una
afición circunstancial y esporádica. El hábito es cosa de la madurez, es decir,
de la rigidez y monotonía de la existencia. Al fin y al cabo, ¿hay algo más
monótono que el acto lector?
Considero un camino equivocado la obsesiva pretensión de hacer lectores en
la escuela y en el instituto. Porque no es ésa su función primera y última. Ser
lectores, hacerse lectores, forma parte de las decisiones autónomas e íntimas
del sujeto. Lo que compete, por tanto, al profesorado es formar a este sujeto
para que pueda ser lector. Al fin y al cabo, lo que la lectura hace de nosotros
es, lisa y llanamente, lectores. Nada más. El resto es teórica más o menos endulzada
por una retahíla aburrida.
Lo que realmente interesa es que los adolescentes posean un nivel de
competencia o formación lectora óptimo. Sin éste, es difícil que alguien quiera
leer o que opte por el ocio lector. Aquello que no se entiende produce desazón.
Más aún: un libro, que en muchos casos ha sido el signo claro de la derrota y
del fracaso académico, no puede despertar ningún atractivo ni convertirse en un
campo seductor gravitatorio de las propias inclinaciones.
Muchos profesores, voluntariosos y lectores ellos, viven casi como una
neurosis la pretensión de hacer lectores. Nada habría que objetar a dicho
entusiasmo, pero, si éste se reduce a llevar adelante actividades de animación
que nada inciden en el desarrollo de habilidades y estrategias cognitivas para
la formación de un lector competente, nuestra actitud más que de alabanza sería
crítica. En la actualidad resulta mucho más fácil entregarse a hacer animación
lectora que a formar lectores competentes.
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